jueves, 25 de noviembre de 2021

La importancia de la conservación de nuestras cuevas desde un punto de vista ecológico

 

Murciélagos de cueva. Laudio.

Las cuevas, simas e incluso las cavidades subterráneas construidas por el ser humano albergan un sinfín de especies de fauna: unas las utilizarán de manera ocasional para refugiarse, hibernar o construir el nido (troglófilos), mientras que otras vivirán en estos lugares de manera permanente al haberse adaptado a la vida en su interior (troglobios). Quizá los que más destaquen por su número y visibilidad sean los quirópteros y precisamente los de hábitos cavernícolas como los murciélagos de herradura (Rhinolophus) o los murciélagos de cueva (Miniopterus schreibersii). Aunque no son estos los únicos mamíferos que podemos encontrar en las cuevas, ya que se pueden observar desde los más pequeños como ratones de campo o musarañas, a otros de mediano tamaño como tejones, gatos monteses o garduñas que las utilizan como guaridas.

Murciélago grande de herradura. Sierra Salvada.

Las aves también hacen uso de las cavidades. Es frecuente que las chovas piquirrojas y piquigualdas instalen sus nidos en alguna fisura del techo de una cueva o que un chochín rellene con musgo algún pequeño agujero para criar, y no es extrañar sorprender a un cárabo guarecido en un rincón inaccesible. La lista de fauna que podemos encontrar en estos lugares sería más larga porque incluiría otros vertebrados como anfibios y, sobre todo, numerosos invertebrados característicos de cavidades como caracoles de Quimper, las arañas del género Meta o polillas como Scoliopteryx libatrix.

Caracol de Quimper. Baranbio

Araña del género Meta. Sierra de Gibijo

De hecho, dada la relevancia de las cavidades para albergar especies de fauna, muchas de ellas especializadas o endémicas, la Directiva de Hábitats las incluye (las no explotadas por el turismo) como uno de los Hábitat de Interés Comunitario (HIC) a conservar en la Unión Europea, debiendo los países miembros adoptar medidas para mantenerlas o conservarlas en un estado favorable.

Cárabo. Valdegobía

Las cuevas de nuestro entorno son fruto de la erosión química producida por el agua de lluvia, dando lugar a un modelado kárstico que en sí mismo constituye un patrimonio natural a conservar. 

La conservación de las cuevas posee una estrecha relación con las actividades humanas. Algunas cuevas como la que se encontraba junto a la iglesia de Maroño o la de Lezate en Laudio fueron cegadas, y en cuanto a las simas también han sido muchas las que se han tapado en la Sierra Salvada para evitar las caídas tan frecuentes del ganado.

Gran opilion. Sierra Salvada.

Hoy día nos encontramos con una doble situación. Por un lado, están aquellas que presentan un buen estado de conservación porque no existe ninguna afección humana debido a que se encuentran alejadas, son poco accesibles, no resultan de interés o a que ya no se hace un uso tradicional como resguardo de pastores y ganado; además tras el abandono del campo muchas bocas se han tapado por la vegetación de forma natural. Resulta sorprendente encontrar camas de tejón en algunas de ellas, señal de la escasa o nula presencia humana.

Cama de tejón y letrina. Sierra de Arkamo

Por otro lado, están aquellas en las que son notorias las actividades humanas. Algunas han sido utilizadas como basureros contaminando su interior y el agua que se filtra través de ellas, aunque actualmente son las actividades relacionadas con el ocio las que alteran estos lugares. Hoy día resulta muy sencillo encontrar en internet la ubicación de las cuevas, coordenadas, nivel de dificultad, recorrido, fotografías, etc. Y no todas las personas son igual de respetuosas de modo que nos encontramos con pintadas, estalactitas y estalagmitas arrancadas, basura de todo tipo o el expolio de algún yacimiento.

Cueva del Lechón. Sierra de Arkamo. Los árboles caidos y la vegetación pueden ir cegando las cuevas.

Como todo lo concerniente a la conservación, hay que intentar buscar un punto medio en el que podamos visitar cuevas y a la vez alterar lo menos posible el entorno. Desde luego hay líneas rojas que no debemos cruzar como la publicación en redes de las especies sensibles que se encuentran en el interior, abandonar basura o integrar el tránsito por cuevas en el recorrido de marchas deportivas reguladas que tan en boga están actualmente, para hacerlas más atractivas.