martes, 16 de mayo de 2023

El estramonio, una planta maldita

 

El estramonio (Datura stramonium) crece en terrenos que han sido alterados y removidos por el ser humano y alcanza buen porte si además el suelo es fértil y rico en nitrógeno; este es el motivo por el que encontramos ejemplares cerca de nosotros, en cunetas, explotaciones ganaderas, jardines, cultivos o huertos. Las fotos de esta entrada están tomadas en un club de equitación de Amurrio, en una zona donde se deposita el estiércol. Cuando se instala en un lugar llega a desplazar a otras especies de plantas por lo que se considera en el País Vasco una planta alóctona e invasora.

La sola presencia de esta planta impone. Asombra la rapidez con la que crece y el tamaño que van adquiriendo el tallo y las hojas, desprende un olor penetrante y desagradable y las semillas se encuentran dentro de un fruto recubierto de púas. En cuanto a su toxicidad es un auténtico cóctel de peligrosos alcaloides: atropina, escopolamina y hiosciamina; tan sólo 10 mg. de la primera sustancia y 4 mg. de la segunda resultan letales para el ser humano.


Debido a esta alta toxicidad, el estramonio ha estado presente en aquellos relatos donde brujas, magos y otros personajes siniestros que recibían ayuda del propio diablo empleaban ésta y otras plantas tóxicas para inducir alteraciones de la conciencia en aquellas personas que lo deseasen o para provocarlas en terceros con fines malévolos. Hasta la etimología de su nombre está influida por este mito pues el nombre de stramonium con el que Linneo describió la planta hace referencia a una palabra del español antiguo que significa magia o brujería, stramonia.

En cualquier caso, hay que preguntarse si la planta de la que en realidad hablaban era Datura stramonium o se trataba otras especies de daturas (también conocidas como trompeteros) y de idéntica composición química ya que durante mucho tiempo se dudó del origen geográfico del estramonio, pero actualmente parece haber cierto consenso en que procede de México, y no del entorno del Mar Caspio como se pensaba, y que llegó a Europa a través de España en el siglo XVI. Quizá sea precisamente este origen, de una región cálida y tropical, la razón por la que en estos años de temperaturas más cálidas de lo habitual observemos al estramonio con más frecuencia.


Lo que sí parece cierto, al margen de la versión interesada que pudo dar la Inquisición y la Iglesia Católica de estas prácticas, es que el estramonio ha sido empleado con fines similares independientemente del punto geográfico y continente donde creciese, siempre ligado a filtros amorosos, a facilitadores de prácticas sexuales, a estados alucinógenos.

El desarrollo de la medicina y de la industria farmacéutica ha relegado el conocimiento que se tenía de las plantas a compendios de sus usos tradicionales, a botánicas populares. Pero al estramonio le hemos sacado del olvido desde hace unas décadas, sobre todo, porque a partir de uno de sus alcaloides, la escopolamina, se puede elaborar la burundanga, una sustancia psicoactiva empleada para la sumisión química.

Si bien hoy día, no es la única droga que existe para anular la voluntad de las personas y aprovecharse de ellas, también está el éxtasis, el GBH, la ketamina, los barbitúricos, las anfetaminas, los benzodiacepinas y, principalmente, el alcohol causante de casi las tres cuartas partes de los casos de sumisión química. Por esta razón, no se entienden muy bien las noticias en las que un ayuntamiento ordena a sus operarios destruir pies de estramonio hallados en el municipio como si no creciesen más especies de plantas tóxicas que estas, como si no existiesen decenas de nuevas sustancias químicas con cualquier principio psicoactivo que logra la afectación de una posible víctima, como si el alcohol no contase para los medios de comunicación.

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