domingo, 14 de marzo de 2021

De la construcción de loberas en la Sierra Salvada a la protección legal del lobo

 

Lobo disecado en el antiguo bar de Oruro. Orduña.

A grandes rasgos las loberas consisten en dos muros de varios centenares de metros de longitud construidos en forma de embudo que convergen en un foso hacia donde eran conducidos los lobos tras una batida organizada por los vecinos de algún valle o usuarios de un monte. En Álava poseemos dos de estas trampas: la lobera de Gibijo y la lobera de Barrón, aunque en las montañas burgalesas próximas hay algunas más como la de Santiago, Loberas Viejas, Gurdieta o San Miguel, ésta última situada en la Sierra Salvada, en la misma muga entre Álava y Burgos.

Lobera de Barrón. Imagen de archivo.

Gracias a un documento conservado en el archivo de Ayala en Respaldiza y fechado en 1630 sobre la necesidad de construir una lobera en la Sierra Salvada cuyo foso se cavaría cerca de la ermita de San Vítores, podemos hacernos una idea de cómo era el proceso para erigir una de estas trampas. Concretamente el documento trata de la solicitud que hacen los ayaleses al Corregidor del Señorío Vizcaya para que autorice el reparto del coste de la lobera estimado en doce mil ducados entre los vecinos de los pueblos situados en 20 leguas a la redonda de dicha lobera, lo que tocaba a dos reales por vecino.

Cartografiado de la lobera de Gibijo.

El Teniente General del Señorío de Vizcaya, en representación del Corregidor, se traslada a Ayala el día 22 de septiembre de dicho año para atender el caso y comprobar en los libros de cuentas de la provincia de Ayala que no posee propios suficientes para sufragar la lobera. El día 23 de septiembre visita el lugar donde quiere construirse la lobera, es decir, el portillo del Aro y Kobata, y le indican que la intención es construir una pared desde un foso que se construiría cerca de la ermita de San Vítores hasta la Fuente de Kobata; mientras que la otra pared que conformaría la lobera sería sustituida por el cortado que presenta la peña en su vertiente norte, tapando y reforzando los portillos como el de Menérdiga o Ungino.

Cantil, Peña de Aro. Sierra Salvada.

Al día siguiente comparecen en la localidad de Menoyo ante el Teniente General vecinos y autoridades de Ayala declarando todos ellos que los osos, lobos y gatos cerbales causan muchas bajas en el ganado que pasta en la Sierra Salvada, estimando en 4000 mil ducados los daños por la muerte de vacas y yeguas a lo largo de un año y en 3000 ducados los machos y mulas que se dejan de criar por tal motivo, cifras en ambos casos referidas a esa área de 20 leguas en torno a la lobera. Hasta la fecha habían recurrido a arcabuces, perros y maestros de reclamo traídos desde Gipuzkoa, pero se habían mostrado ineficaces y consideran que el mejor remedio es la construcción de una lobera.

Kobata. Sierra Salvada.

Finalmente, esta lobera no llegó a construirse, pero la documentación que se generó nos ha proporcionado información de gran interés, entre otras cosas para conocer el elevado coste económico que suponía para los vecinos y las arcas públicas levantar este tipo de trampas. Aunque el esfuerzo para acabar con los lobos no terminaba aquí, la persecución para dar caza a esta especie estaba reglamentada en las ordenanzas de pueblos y concejos y obligaba a un miembro de cada casa salir a correr los lobos regularmente o cada vez que pegaba. Es decir, la lucha contra las alimañas, especialmente contra el lobo, requirió de un importante esfuerzo económico, pero también organizativo y legal.

Pepín el Manco montando cepo lobero. Foto de archivo.

Las loberas que sí se construyeron fueron utilizadas hasta mediados del siglo pasado en el mejor de los casos. La comercialización de nuevos venenos más mortíferos y, sobre todo, la mayor eficacia de las armas de fuego hacía prescindible el empleo de las loberas: con realizar una batida hacia el lugar donde se apostasen los tiradores era suficiente. Hoy se encuentran todas ellas en estado de ruina tras el éxodo rural y el abandono del campo que trajo el desarrollo industrial a mediados del siglo XX, situación que aprovechó el lobo para iniciar una lenta recuperación.

Detalle muro lobera. Foto archivo.

Pero la sociedad ha cambiado radicalmente respecto a hace tan sólo unas pocas décadas. El discurso conservacionista se encuentra ahora aceptado en toda esfera social y el sistema educativo lo incorpora a la enseñanza como una materia transversal. El medio natural y las especies que lo habitan son hoy concebidos como parte de nuestro patrimonio natural y los ciudadanos demandamos a las administraciones que velen para su conservación.

Lobo extraído en una sima por espeleólogos en Sierra Salvada. Foto archivo.

En este contexto es como hay que entender que en marzo del 2020 se produjese un hito histórico respecto a la consideración legal del lobo en Euskadi ya que fue incluido en el Catálogo Vasco de Especies Amenazadas como de Interés Especial atendiendo a criterios técnicos y científicos.

Lobera de San Miguel

El pasado mes de febrero se produjo un nuevo hito. La Comisión Estatal para el Patrimonio Natural y la Biodiversidad aprobó incluir al lobo ibérico en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (LESPRE); paradójicamente con el voto en contra de Euskadi, una Comunidad Autónoma que, como ya hemos señalado, tenía ya incluido al lobo en su propio catálogo. Habría que preguntarse aquí a qué se debe esta disparidad de criterios y si no es mejor contar con un discurso común, consensuado, razonado y público.

Huellas de lobo en el Alto Asón. Foto Andoni Aldama.

Desde luego que el Comité Científico de Fauna y Flora del ministerio lo tenía muy claro al avalar la inclusión del lobo en el LESPRE y también la Comisión Europea que insta a los países miembros a posibilitar la coexistencia de la especie en territorio europeo con el sector ganadero a partir de medidas que pueden ser subvencionadas como la agrupación y protección de los rebaños, vallados eléctricos, mastines bien entrenados, compensaciones económicas por ataques al ganado, etc. Se acabó la época en la que las administraciones  ayudaban a los ganaderos a exterminar los lobos ofreciendo ayudas económicas, dando cobertura legal o construyendo loberas, ahora su misión es proporcionarles los medios necesarios para reducir al máximo los daños provocados por este emblemático carnívoro.

Gustavo 

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