domingo, 26 de julio de 2020

La extinción del rebeco en el País Vasco

El rebeco pirenaico o sarrio (Rupicapra pyrenaica) es un ungulado que vive en determinados macizos montañosos del suroeste europeo, entre los que se encuentran los Pirineos y la Cordillera Cantábrica, donde sus poblaciones están aisladas y han dado lugar a dos subespecies: el sarrio pirenaico (Rupicapra pyrenaica pyrenaica) y el rebeco cantábrico (Rupicapra pyrenaica parva). Los restos óseos de esta especie hallados en numerosos yacimientos arqueológicos y paleontológicos repartidos por buena parte de la península Ibérica (Portugal, Castilla y León, Barcelona, Madrid o Córdoba) nos indican que su distribución llegó a ser mucho mayor que la actual, alcanzando puntos tan meridionales como la Sierra de Segura en Jaén.

De igual manera podemos confirmar la antigua presencia del rebeco en los bosques y montañas del País Vasco a partir de los restos óseos hallados en los yacimientos paleontológicos, fundamentalmente del Pleistoceno y comienzos del Holoceno, y en cavidades ocupadas por el hombre en la época paleolítica ya que el rebeco fue una de las piezas cazadas por sus pobladores, principalmente en aquellos lugares propicios para la especie como áreas montañosas con escarpes rocosos. De entre los muchos yacimientos vascos donde se han encontrado restos de rebeco podríamos citar la Cueva de Amalda (Zestoa) por ser aquí el animal más numeroso, o la Cueva de Mairulegorreta en Gorbea. También podemos confirmar su presencia a partir de pinturas rupestres (Cueva de Altxerri) o grabados en hueso de la época paleolítica.

Sin embargo, en los yacimientos vascos del Neolítico-Calcolítico (por ejemplo, Cueva de Iruaxpe en Aretxabaleta) los restos óseos de rebeco resultan mucho más escasos debido a que la caza durante este periodo se convierte en una actividad complementaria dentro de una economía que se basa ahora fundamentalmente en la agricultura y la ganadería. Los huesos de animales que aparecen en estos yacimientos pertenecen en gran parte a especies domésticas, y los escasos restos de animales salvajes suelen ser de otros ungulados más abundantes, de mayor peso y más accesibles: ciervos, corzos o jabalíes, raramente de rebeco.

Aunque existe otra razón por la que el número de restos óseos de rebeco va escaseando de los yacimientos tanto arqueológicos como paleontológicos desde el Pleistoceno: la subida de las temperaturas a partir de la época postglaciar y, por lo tanto, el desplazamiento y acantonamiento de esta especie en áreas montañosas donde encontraría nuevamente las condiciones adecuadas de hábitat. Tengamos en cuenta que el rebeco es una especie ecotonal que muestra preferencia por los prados que se encuentran por encima del límite del bosque, un hábitat que con la subida de temperaturas se desarrolló a mayores altitudes. Quizá también podríamos añadir a este hecho la dificultad con la que se encontraría a partir de ahora para ocupar los valles debido a la creciente presión humana y a la competencia con otros ungulados como el ciervo.

A partir de finales del Neolítico-Calcolítico no se vuelve a tener constancia de restos óseos de rebeco en los yacimientos arqueológicos vascos, sean protohistóricos, romanos o medievales, aunque no se puede descartar que se produzcan hallazgos en el futuro como ha ocurrido en el yacimiento de la Edad del Hierro del abrigo del Puyo en Miera (Cantabria) en el que sí se han hallado restos de esta especie.

Ciertamente esta misma tendencia se observa en toda el área peninsular, incluidas las regiones donde viven actualmente los rebecos: los restos de este ungulado son frecuentes en los niveles del Paleolítico o Mesolítico (Cueva Matienzo en Cantabria), escasos en el Neolítico (si bien aún repartidos por toda el área peninsular, localizándose incluso en las provincias de Jaén o Granada) y excepcionales a partir de entonces.

Tampoco tenemos constancia de huesos de rebeco procedentes de yacimientos paleontológicos de fechas más recientes a las ya comentadas del Pleistoceno o comienzos del Holoceno, por ejemplo, de hace dos mil años o tres mil años. Aunque en realidad no sabemos a ciencia cierta si existen o no porque el material paleontológico recogido es enorme y se ha estudiado sólo una pequeña parte: aquella que ofrece mayor interés desde el punto de vista científico que suele corresponder con etapas más antiguas.

De tal modo que el conocimiento que poseemos de los restos óseos hallados en muchas cuevas y simas se ciñe únicamente a su determinación como especie, quedando pendiente su datación, edad, sexo, etc. Este podría ser el caso del material óseo hallado en una cueva de la Sierra de Badaia (Álava) atribuido a rebeco, pero del que desconocemos realmente su antigüedad.

Incluso en lo que se refiere a la identificación de los huesos podríamos albergar dudas. Actualmente los huesos más frecuentes hallados en cavidades son de ganado caprino, tanto de ejemplares adultos como jóvenes ¿hemos podido en algún caso atribuir restos de rebeco a cabras domésticas debido a su gran similitud?

 En cualquier caso, a partir de la falta de restos óseos de rebeco desde hace tres mil años o más no podemos deducir de manera concluyente que este animal no estuviese presente en el País Vasco. Las cuevas y simas han ido acumulando los restos de los ungulados más abundantes y asociados a ambientes forestales, el dominante en nuestro caso: ciervos, jabalíes y corzos, el rebeco es un ungulado de montaña. Sin olvidar que, como ya hemos apuntado, ni siquiera son frecuentes los restos óseos de rebeco en épocas en las que estuvo ampliamente distribuido y fue más abundante.

Del mismo modo, si no se hubiera recompensado la caza de linces en los pueblos y recogido el pago efectuado en sus libros de cuentas es poco probable que tuviésemos otro tipo de constancia escrita de su presencia histórica en el País Vasco y, como tampoco conocemos la antigüedad de los pocos restos óseos hallados de esta especie, nuestras conclusiones serían las mismas que con el rebeco.

Desde luego, a día de hoy los rebecos siguen precipitándose y muriendo en cavidades allí donde viven, tal como observan los espeleólogos.

Por último, tampoco se conocen referencias escritas que mencionen inequívocamente a la especie ¿Significa esto que el sarrio se extinguió de las montañas vascas al final del Neolítico o que al menos se produjeron en esta época las condiciones como es el acantonamiento y la fragmentación de su población en macizos montañosos que pronto llevarían a su extinción, sobre todo en aquellos de baja altitud? Vistos estos datos, todo parece indicar que sí.

Como ha mostrado la evolución de su población a lo largo del tiempo, el rebeco pasa de estar ampliamente distribuido por Iberia en la época pleistocena ocupando diversos hábitats a refugiarse paulatinamente en zonas de montaña del tercio norte peninsular. Sin embargo, si la explicación de su extinción en nuestro territorio fuese la ausencia de un hábitat adecuado, ésta no sería correcta pues el macizo de Aitzkorri o las Peñas del Duranguesado con extensos bosques caducifolios, laderas herbosas escarpadas y altos paredones rocosos acogerían perfectamente los requerimientos de hábitat de esta especie.

Ni siquiera la altitud de estos sistemas montañosos debería haber sido un condicionante como demostraría la presencia de rebecos en la Sierra de Cuera aún en el siglo XIX, una montaña asturiana próxima al mar con su punto culminante en el Pico Turbina de 1315 m. La presencia de poblaciones de rebecos introducidos en Nueva Zelanda muy cerca de la costa o la ocupación de cotas de menor altitud en aquellos lugares de Pirineos donde su caza está acotada también demostraría una mayor plasticidad respecto al rango de altura que se le atribuye.

La presión humana desde tiempos prehistóricos sobre un territorio de orografía suave como es el nuestro, al menos comparado con otras regiones del norte, y próximo a la costa podría ser otra de las razones por las que el rebeco habría desaparecido del País Vasco en fechas tan tempranas. En este caso sería necesario explicar por qué otras especies como el ciervo o el corzo, que soportaron una intensa actividad cinegética a lo largo de los siglos, pudieron sobrevivir en Gorbea hasta el siglo XVIII. Dicha montaña o la Sierra Salvada presentaban aún en el siglo XVII una baja intervención humana y un elevado grado de conservación que hacían posible la presencia de osos, lobos y linces. Podría afirmarse que en dicho siglo las montañas vascas seguían manteniendo un pasillo ecológico entre las cordilleras pirenaicas y cantábricas, un flujo de fauna que hacía más difícil las extinciones locales o puntuales.

El mapa que se adjunta a continuación sobre la distribución del rebeco cantábrico en 2008 (1), en el que aparecen también con un punto negro las menciones de su presencia a lo largo del siglo XIX, nos permite observar a grosso modo la reducción de su población durante este periodo de tiempo y, en concreto y para lo que nos interesa aquí, que por la zona oriental su población habría llegado hasta la Sierra del Escudo. Lo que a su vez nos hace suponer que doscientos o trescientos años atrás con una mayor superficie forestal, esa área de distribución tuvo que ser mayor y que es posible que llegase por el este hasta el valle vizcaíno de Karranza.

Y en el caso de que los rebecos hubiesen vivido en el País Vasco hasta hace sólo unos siglos ¿por qué no se han encontrado referencias escritas que mencionen concretamente a la especie? Sería plausible suponer que aquellos autores que escribieron en español compendios de historia o diccionarios geográficos del País Vasco, por ejemplo, no supiesen traducir a dicho idioma la palabra que usaban los informantes euskaldunes para referirse al rebeco, si es que había una concreta, pues recordemos que en el siglo XVII se hablaba euskera en toda Euskadi a excepción de la zona más meridional. Aparte de la confusión que existía en el propio idioma español entre la cabra montés (Capra pyrenaica) y el propio sarrio, y la cantidad de términos utilizados a lo largo de la geografía española para referirse a ellos que muchas veces se intercambiaban y confundían: rebeco, robezo, gamuza, isardo, sarrio, becerra, cabra montés, íbice

Pastores, ganaderos y otros usuarios del macizo del Gorbea de habla eusquérica utilizan hoy día la palabra basahuntza para referirse al ciervo, palabra que en castellano podríamos traducirla como cabra de bosque o de monte. Esta palabra también hace referencia de forma genérica a otros ungulados con cuernos como el corzo y podría reflejar muy bien la realidad de las comunidades rurales de hacer poca distinción entre unos y otros dependiendo de su interés y utilidad.

Es posible que la palabra en castellano que hiciese referencia al rebeco en el País Vasco fuese simplemente la de cabra o cabra montesina ya que algunos documentos citan a la cabra entre la fauna silvestre de un determinado lugar. Este es el caso del Compendio historial de la muy noble y muy leal provincia de Guipúzcoa publicado en 1625 por L. Isasti donde se describen los animales salvajes que pueblan el territorio: De caza también hay lo que es necesario: de monteria javalies, cabras, corzas, y algunos venados, liebres muchas.

Esta cita ha llevado a algunos investigadores (2) a contemplar la posibilidad de que en Gipuzkoa todavía quedasen rebecos en el siglo XVII. En el Diccionario Geográfico-histórico de España, publicado en 1802 ya solamente se cita a la cabra, de entre los animales salvajes, en un único pueblo guipuzcoano, en Amasa: Y se crían zorros, jabalíes, cabras y gatos monteses.

En Álava, Txema Fernández encontró en el Ayuntamiento de Urkabustaiz (3) varias diligencias practicadas en 1609, 1648 y 1659 en las que sus vecinos solicitaban permiso para cazar en sus distritos xabalís, libres, corzos, cabras montesinas y otras fieras.

A falta de referencias inequívocas seguirá quedando la duda de qué es realmente lo que quisieron decir estos documentos con el término cabra: rebecos o cabras asilvestradas, puesto que no ha sido rara la existencia en nuestros montes de pequeños rebaños de cabras asilvestradas, y también es cierto que siempre se ha procurado eliminarlos con la mayor brevedad ya que ningún propietario ha querido que sus cabras se cruzasen con machos asilvestrados.

Se extinguiese el rebeco hace unos pocos siglos o hace muchos, la cuestión es que tenemos un hueco por cubrir en nuestros hábitats de montaña, entre los pastizales colgados y los grandes paredones de roca caliza que caracterizan nuestras montañas. La Fundación Naturaleza y Hombre comenzó la reintroducción del rebeco en el Alto Asón (Cantabria) en 2002 y actualmente pastan en esa zona más de 130 ejemplares… ¿por qué no también aquí?

(1) Según Pérez-Barbería et al. (2009).

(2) Pérez-Barbería, F. J., García-González, R., Palacios, B. (2010). Rebeco – Rupicapra pyrenaica. En: Enciclopedia Virtual de los Vertebrados Españoles. Salvador, A., Cassinello, J. (Eds.). Museo Nacional de Ciencias Naturales, Madrid. http://www.vertebradosibericos.org/

(3) José María Fernández (Coord) Estudio faunístico del Parque Natural de Gorbeia. Fauna de vertebrados (excepto quirópteros). 2003.


Gustavo

5 comentarios:

  1. Zalamako magaletan ikusi dira jada

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    1. Bai?? Zerbait gehio esan dezakezu horren inguruan?? Ordunteko mendilerroa ez dot uste oso egokia denik, baina Los Jorrios, Armañoneko Parke Naturalean dagoen inguru karstikoa, baliteke hobea izatia.

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  2. Fototrampeo bidez ikusi zituzten. Kontatu didanaren konfidantza ez nuke konprometitu nahi (hurrengoan galdetuko diot ea zabaldu daitekeen zerbait ote den); ez dut gogoratzen zer proiektu edo azterlanen baitan egindako behaketa zen. Edozen kasutan, Ason aldeko taldetxoren bat izango zen bueltaka zebilela. Hain hurbil egonda, ez da gauza arraroa, Los Tornos pasatu baino ez dute egin behar

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    1. Eskerrik asko erantzuteagatik. Ulertzen dot beharbada zabaldu ezin dan zeozer izatea, beraz lasai egon ezin ahal badozu gehiago esan. Ea laister bizkaian ikusteko aukera dogun!!

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  3. Repoblar con Rebecos y Cabras monteses el Pirineo Vasco

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